Dr. Leonardo Polo

Conferencia en la Universidad de Piura, 1991

 

Lo primero que conviene decir es que hay varias maneras de enfocar este asunto. La primera está en Aristóteles y también en Tomás de Aquino. Se considera el pudor no exactamente como una virtud, sino como un sentimiento y una pasión del alma vinculado a cierto tipo de manifestaciones. Cuando falta se habla de desvergüenza. Así pues, desde este punto de vista, el pudor se confunde con el sentimiento de vergüenza.

Otra manera de afrontar el pudor es la que proponen los filósofos personalistas. Esta nueva presentación del asunto sostiene que es característico de la persona ser pudorosa. Si se fija la atención en la persona humana el pudor adquiere un nuevo significado que es un desarrollo de lo anterior. El pudor acompaña siempre a la persona y su desaparición comporta una disminución de la personalidad. El pudor es como la salvaguarda de la intimidad, la prueba de que la persona posee intimidad y no existencia meramente pública.

Para otros el pudor es un prejuicio injustificado del que conviene librarse. Se destaca su carácter convencional, en dependencia con las diversas culturas, por lo que no se puede decir exactamente qué sea en sí mismo. Es claro que el pudor ofrece muchas variantes y que no tiene, por así decirlo, unas reglas fijas, pero también es claro que en todas las culturas el pudor aparece. La clave del pudor está en que el hombre es un ser personal; se pierde el pudor por despersonalización o porque se debilita el sentido de ser persona. Es lo que ocurre en nuestra época, que es bastante crítica. En ella se ve una disgregación de la unidad biográfica y una segmentación de la acción. Por eso el hombre a veces no percibe su carácter personal, y ello va acompañado de un debilitamiento del sentido del pudor.

El carácter personal del hombre explica el pudor; los animales no son pudorosos ni impúdicos; los animales no son personas, se comportan de manera instintiva. El ser humano, en cambio, es personal y en él aparece el pudor o la vergüenza. Así se puede comprender cómo la desvergüenza obedece a una pérdida de la intimidad.

  1. El sentimiento del pudor.“Vamos a describir la dimensión sentimental del pudor y la sensación que se experimenta cuando el pudor es atacado.”A medida que uno se va haciendo mayor, la verdad es que siente menos la vergüenza, o la siente en relación con unos pocos asuntos. En cambio, en la adolescencia aparece con intensidad. Por ejemplo, ante la propia torpeza de movimientos, lo que aumenta la misma torpeza, el adolescente se encuentra en una fase de crecimiento rápido de funciones distintas, y ello le desconcierta. Es la edad de los doce a los quince años -la llamada «edad del pavo»-. El adolescente se da cuenta de su «yo», y al mismo tiempo se siente «mirado», expuesto porque no sabe manejarse bien, por eso los adolescentes esconden las manos en los bolsillos, no saben qué hacer con ellas y, cuando son el centro de la atención, se ruborizan; la vergüenza tiene esa manifestación psico-fisiológica.

    Aristóteles dice que la vergüenza es el sentimiento que en el hombre se produce cuando cae en la cuenta de que con su razón no controla su expresión corpórea, sus movimientos, sus actividades. Entonces el hombre se siente inhábil, culpable, o incapaz y ese sentimiento de comportarse ante los demás con ausencia del control racional es negativo porque obrar de ese modo le deja a uno en mal lugar.

    La vergüenza es el sentimiento, en que se refleja la verificación de que uno no se ha sabido controlar racionalmente. Por eso la vergüenza se puede dar al dejarse llevar por un impulso, por ejemplo la ira. El que se ha airado, cuando después se da cuenta, siente vergüenza, pues se ha mostrado poco racional: ha dejado que la ira se despliegue de una manera animal, instintiva, no ha sabido controlarla, imponer sobre ella la razón. También la borrachera es motivo de vergüenza, porque el borracho pierde la razón.

    A veces la vergüenza está relacionada con el afán de éxito, o con la conciencia del propio valor. Por eso, aunque ya dije que con la edad la vergüenza parece disminuir, sin embargo hay viejos que se avergüenzan de serlo. El vanidoso tiene temor a fracasar, a fallar, a hacer el ridículo, a que no le hagan caso o no le aprecien. Algunas ceremonias sociales tienen que ver con el prestigio. Por ejemplo, lo que antes se llamaba «el vestirse de largo», la «presentación en sociedad». En general, son los ritos iniciativos, tan frecuentes en todas las antiguas culturas, cuyo sentido es bastante claro: garantizan que la persona es aceptada por los miembros maduros, por los más activos.

    La vergüenza tiene que ver con el peligro de no ser aceptado. Por lo tanto, la vergüenza se refiere a los demás. Su carácter social es patente. En esta línea puede desembocar en lo contrario del pudor. Decíamos que el vanidoso, cuando fracasa siente vergüenza, pero el motivo de la vanidad es superficial y por lo tanto está expuesto, precisamente, al fracaso a que no lo tomen serio. El vanidoso pretende que se le aprecie pero en su pretensión hay un factor irracional: al enfatizar un disvalor se suele provocar una reacción contraria, Por ejemplo la burla. Las jovencitas muchas veces son vanidosas, a veces más que los jovencitos. Basta observar con qué cuidado se arreglan y cuánto tiempo dedican a ello.

    Mejor sería que la vanidad femenina disminuyera un poco. No es necesario que exageren, que estén tan pendientes de sí mismas. Un feminismo coherente tendría que señalar este punto: conviene hacerse más racional.

    La vanidad es señal de desarreglo espiritual. Por eso, a través de la vanidad se puede llegar a la procacidad. La procacidad es la gana de valer cuando ese deseo se hace irracional. Es entonces el momento de la impudicia, es decir, en la magnificación de algún rasgo humano aislado que se considera atractivo.

    La incontinencia varonil se plasma históricamente en la figura de Don Juan. Dejando aparte otros matices, el Tenorio es el consumidor que se aburre y procura renovar el objeto de su deseo insaciado, sin advertir la crueldad que su inconstancia implica. La superficialidad sin freno comporta la extensión de la cosificación que afecta al mismo que con su mariposear la implanta. En el joven consumista de la sociedad occidental, los rasgos reaparecen; por ejemplo, en el que coloca su arrogancia en el uso de la motocicleta: hay gente que se cree » Superman» sentado en dicho artefacto. En España esto se describe con una frase mordaz: «es un idiota montado encima de un ruido».

    Vergüenza-Vanidad: existe relación entre las dos. La vanidad es una forma de falta de libertad, disculpable siempre que no se desborde hasta la total incontinencia, porque en ese caso al tratar de llamar la atención a costa de lo que sea, se cae en el exhibicionismo. De esta manera se consuma la pérdida de la racionalidad: todo el ser humano está como alienado, proyectado en aquello que se exhibe, y se transforma en un mero objeto para reclamar la atención. El éxito de esta peculiar cosificación del hombre es degradante por contagio: estropea las relaciones humanas, porque los que se sienten atraídos por el exhibicionismo se cosifican también.

    La sociedad de consumo acude con desmesura al anuncio. Es el régimen de la publicidad. Todo se publica porque todo se vende, es decir, porque todo se entiende desde la idea del tráfico, de lo intercambiable. Así se desencadena la exhibición de excelencias aparentes, reforzadas por asociaciones fáciles que sugieren otras satisfacciones. Se crea así un clima de exhibicionismo excitante, perverso por lo mismo que es falso. Este tipo de promesas se utilizan publicitariamente, provocando una mezcla de roles sociales sumamente desconcertantes, de perfiles desdibujados. La publicidad acude con bastante frecuencia a lo procaz porque está concentrada en reclamar la atención.

    Si no se le hace caso a la vanidad humana, el sujeto pretencioso se desploma. Piensen ustedes en la señorita que va a un baile. Está sentada en una silla y nadie la saca a bailar. Verdaderamente es una situación desairada, frustración de una pretensión legítima. Sin embargo, puede llegar un momento en que llamar la atención se transforme en una necesidad sin control y se emplee cualquier medio para lograrlo. Pero entonces lo más fácil es apelar a los malos instintos de la gente. Con esto la vanidad abre paso al escándalo público. Así de claro. Escandaliza provocando, por ejemplo, un deseo carnal, simplemente fisiológico. Al intentar forzar resultados pueden inventarse utopías, mundos imaginarios, como suelen ser los inacabables episodios de las telenovelas, hoy en moda. Las telenovelas son intrigas tontas que no tienen nada que ver con la realidad, un mundo fantástico en que los acontecimientos de la vida aparecen idealizados en ambientes y personajes estúpidamente brillantes.

    Más o menos esto es lo que se puede sacar de lo que dice Aristóteles acerca de la vergüenza y de la vanidad. El diagnóstico es que lo vergonzoso es no comportarse de acuerdo con la razón, aquellas situaciones que la razón no puede controlar. Aunque muchas veces, naturalmente, es disculpable. Por ejemplo, cuando le da a uno un ataque de risa, y no es del caso reírse.  Reír es una manifestación de alegría. Pero es tonto reírse sin motivo.

     

  2. Ahora podemos tratar el otro aspecto del pudor: el pudor como salvaguarda de la intimidad.Hemos descrito el proceso por el que desde la vanidad se llega a ser procaz. La persona demasiado pendiente de la aprobación pública desconfía de su propia intimidad. El que vive exclusivamente desde el prestigio social llamando la atención y solo se siente alguien en sus roles desconfía de sí, es decir, no sabe lo que es la intimidad.

    Por lo tanto, el pudor señala un punto delicado: perderlo indica que algo nuestro se escapa del control racional, como dice Aristóteles, o bien del otorgamiento personal. El que está dispuesto precisamente a ofrecerse a cualquier evento, a exponerse ante cualquiera; el que no discrimina su expresividad o -dicho de otra manera- quien no discrimina ante quien está dispuesto a ponerse él mismo de manifiesto, a ése le falta centro personal. Se dispersa.

    En este sentido el incontinente transforma su propio ser en un escaparate. Es como si dijera: «aquí estoy para cualquier éxito. Me alquilo» por eso es justo decir que está arrojado a una existencia cosificada. La cosificación, por cierto afecta más a la mujer que al varón; el varón muchas veces cosifica por motivos funcionales y por ser ése su modo de manejar la realidad.

    Ser tratada como una cosa, para una mujer, es una contradicción profunda… Por eso el exhibicionismo, que es tan contrario al ser personal, contradice en directo al ser femenino. Con todo el pudor es tan femenino como masculino. Sus manifestaciones son quizá diferentes, pero en el fondo dependen de la misma exigencia, de la misma característica última del ser humano y es que el ser humano es persona y, como tal una intimidad, no un ser desintegrado que vive arrojado a la superficie y dispersado en una polifacética colección de brillos.

    Lo brillante es la destrucción de lo bello. La belleza tiene que ver con la madurez humana. Un ser humano es maduro si está integrado, es decir, si sabe armonizar sus distintas acciones, sus distintos aspectos o capacidades, por lo que no se proyecta de una manera desmesurada en una sola dirección. No se hipertrofia ni se desencaja.

    En el ser humano maduro su expresividad, sus manifestaciones, son más intensas que en un individuo inmaduro, precisamente porque proceden de una intimidad integrada, de mayor riqueza. Aunque se hable de una pluralidad de aspectos, cada aspecto está acompañado de los otros, y no se manifiesta descomunicado de los demás, no sale a la luz descoyuntado o aislado. De otra manera el ser humano se cosifica, se identifica con una parte suya. El ser humano maduro sabe que cada dimensión de su ser para ser suya se ha de integrar con las demás, -si no, en rigor no es suya, no es humana-. Por ejemplo, la mujer que se identifica con su atractivo sexual, no se considera persona, no está integrada, se ha transformado en un sexo ambulante. Efectivamente actúa como si estuviera pregonando: «yo no soy más que sexo». Es claro que está completamente equivocada; es una persona y, por lo tanto, el sexo le pertenece, si se une al amor, a la fidelidad, a la generación. Lo mismo le pasaría a un filósofo que dijera: «yo soy una cabeza, nada más que gran cabeza pensante». Si confundiera su dialéctica con su vida entera, sería un maniático. La cosificación del filósofo es una ridícula hinchazón.

    Permítanme insistir un poco en estas cosas que, por otra parte, son tan obvias… El paso, el pisar de una mujer, como se dice en España, es un pisar con garbo.

    ¿Cuándo anda una mujer con garbo? Cuando anda centrándose en sí misma. No son características de la mujer las zancadas; andar a zancadas es masculino. Tampoco la que mueve mucho las caderas sabe andar como mujer. Se trata de un paso más delicado; hay madrileñas -y parisinas- que saben pisar. La cabeza sube y baja cuando se camina a zancadas. La mujer que sabe andar no anda así. La mujer que sabe andar lleva siempre la cabeza a la misma altura, porque está moviendo las piernas de una manera centrada; tampoco se balancea como si fuera un barco. Ese andar recogido es un andar pudoroso. Una mujer pudorosa es natural, pues lo natural en el ser humano es el pudor. Cuando se hace vanidosa, entra a depender de otras cosas, se descoyunta, se hace maniática. Un sexo ambulante no existe, o sólo existe anulándose como persona. La persona es un ser que se manifiesta, que se expresa, pero no se exhibe.

     

  3. Madurez humana y expresión personalLa manifestación, la expresión personal es un otorgamiento desde un centro. La maduración humana consiste en la integración de tal manera que precisamente al irla logrando cuando el ser humano actúa hacia otros, lo hace en forma expresiva, personal, y entonces lo que dice, lo que hace, tiene significado. No es algo trivial, que se acaba o que se consuma en sí mismo. Una persona nunca se consuma en lo que da, sino que siempre es más. Es, digamos así, como una fuente que mana, pero no se agota. El que se exhibe es una especie de catarata instantánea.Que el ser humano sea persona quiere decir que es eterno, que no se puede acabar. El que se exhibe quisiera, por así decirlo, emplearse entero en un instante; después queda vacío.

    Si una mujer es sólo sexo, no es ni siquiera un animal: ¿Detrás de eso qué hay…? Nada. Cuando se le agoten sus artilugios sexuales: » fané y descangayada» como dice el viejo tango.

    Normalmente lo bello es lo que viene de la intimidad y trae consigo armonía y capacidad de reunión.

    En cambio, cuando el ser humano vaga fuera de sí buscando el placer o el éxito a cualquier precio, se desorbita, se hincha o se exhibe. Nada de esto es bello, sino más bien, como veníamos diciendo, vergonzoso. La vergüenza es un sentimiento en interrelación con la vanidad. Dicha conexión puede dar lugar a que el hombre se aleje de su condición de persona. Surgen así sentimientos en que se refleja la falta de acuerdo del hombre consigo y la crisis de su situación en el mundo.

    En el desarrollo de la falta de pudor están la licenciosidad y la incontinencia. La falta de pudor puede dar lugar, por ejemplo, a la gula. El que no come con moderación como el ejemplo de aquel que era tan goloso que les pidió a los dioses que le dieran un cuello tan largo como el de una grulla para prolongar el placer de la deglución. Este hombre vaga por la región de lo teratológico, de lo monstruoso.

    Incluso hay gente que para llamar la atención o para hacerse valer, puede llegar, a fingir una enfermedad. Cuando ya no tiene más remedio, cuando otros ensayos para llamar la atención le han fallado, entonces, por lo menos, intenta suscitar compasión. Este tipo de exhibicionismo es la histeria.

     

  4. Impudor y desesperanza.Pero debajo de la vergüenza quizá haya otro sentimiento más profundo. Esto permite nuevas averiguaciones o caracterizaciones de la pérdida del pudor. Por lo pronto lo vergonzoso es lo que está al margen del control racional. En este sentido el vanidoso es un idiota, pero detrás está la intimidad personal. Para la mente lo vergonzoso va acompañado de un sentimiento más grave. Un autor danés del siglo pasado, Kierkegaard, fue un experto observador de los sentimientos del hombre en crisis. Al acudir a Kierkegaard se encuentran sentimientos realmente negativos. Kierkegaard dice que en las personalidades desintegradas, en el hombre cosificado y superficial hay un fondo al que él llama desesperación. Kierkegaard entiende por desesperación justamente aquella situación sentimental en que un hombre se encuentra cuando cree que no puede ser una persona.El gran objetivo del hombre es madurar, integrarse; porque es persona tiene, digamos, un núcleo capaz de integrar, que ordena y organiza todas las manifestaciones del ser humano, sus tendencias, sus instintos tanto del punto de vista psíquico como corporal. Todas las manifestaciones del hombre están unificadas por la persona.

    El que desespera es el que desespera de ser persona, el que no cree que puede serlo; el que lo ve como una cosa quimérica; y eso es la raíz, por otra parte, de que el sentimiento de desesperación está la base de las apreciaciones negativas del pudor; «que no es más que una convención», dicen, algo que se puede suprimir o no, un tabú o una cosa así; lo mejor es terminar con los tabús. Pero quien sostiene eso, en el fondo está desesperado. Ha perdido de vista, ha renunciado a ser persona.

    En este punto, el análisis de Kierkegaard es extraordinariamente efectivo. Ese análisis está resumido en un capítulo de un libro que publicó la Universidad de Piura, titulado «Hegel y el Post-Hegelianismo». ([1])

    Hay una alternativa decisiva: o uno es persona y puede madurar como tal o uno desespera de ser persona; cree que no lo puede ser, o que no puede madurar, que es constitutivamente inmaduro. Aristóteles también habla de un incontinente que lo es constitutivamente.

     

  5. El yo: esperanza de ser persona.¿Cómo se desespera de ser una persona? La exposición de Kierkegaard es bastante completa. Hay varias formas de desesperación. La primera es querer ser otro, el que desespera de ser persona, quiere ser otro. Esto se da con frecuencia. Por ejemplo, como dirían las señoritas: «ojalá yo fuese como Marilyn Monroe», o el pobre hombre que dice: «¿Por qué no sería yo ese ricachón que va todos los días en carro …y yo, que gano pocos intis… ¡querría ser otro!». Eso es desesperación. Esto quiere decir que uno no espera nada humano de sí. En el fondo hay como un odio al ser quién soy. Ese «yo» que soy no me gusta, querría ser otro del que soy. Esto tiene que ver con las imitaciones, con los modelos sociales, con las modas. Cuando una persona desespera de sí mismo, y se le ocurre querer ser otro, lo que quiere en rigor es que le den la vida hecha: vivir de los prestigios fabricados, de los modelos que otros elaboran. Es una forma de ignorancia verdaderamente colosal. Es considerarse a sí mismo como una cosa determinada por otras. «ah… yo sería otra persona solamente si fuera ese otro…» No se posee ningún criterio asentado, que surja de uno mismo. Uno se convierte en un ente completamente dependiente de los demás.Pero todavía hay otra forma: el no querer ser nadie. El no querer ser nadie es no querer ni siquiera ser otro, sino querer ser ninguno.

    No querer ser un yo es un intento de no querer ser más que las funciones que uno desarrolle, el rol social, agotarse en la funcionalidad. La persona que renuncia completamente a ser un yo se define exclusivamente según su situación social. Eso quiere decir que esa persona carece de integridad, y por lo tanto, que no puede madurar. «¿Usted quién es?». «Pues, mire, yo no soy nadie». «Me ha tocado vivir aquí y así; soy lo que me pagan y, además tengo un carro, y me levanto lo más que a tal hora para ir a trabajar, etc.». «Yo tengo una mujer pero no la presento porque ha engordado». ¿Por qué? «Porque la sociedad me ha hecho así». ¿Por qué? «Por el puesto que tengo en la sociedad…»

    Debajo de la vergüenza está la desesperación. Por lo tanto, el pudor tiene que ver con la esperanza, y el impudor con la desesperación. El impúdico o impúdica no tiene esperanza porque la esperanza consiste en alcanzar a madurar. Ese es el gran proyecto vital del ser humano: Ser yo mismo, pero yo mismo cada vez mejor, de tal manera que todo lo que soy está reunido en mí mismo, y así pueda manifestarme con mayor intensidad.

  6. Pudor y amor personal.El que desespera de ser un yo no puede más que exhibirse, pero no se puede entregar, porque no tiene nada que entregar. Por eso, el pudor tiene que ver con el amor. El que no tiene pudor es incapaz de amor personal, porque el impúdico no puede entregar nada. El impúdico, en definitiva, desespera de ser persona y entonces no tiene nada que entregar porque no tiene nada dentro.Existe el amor entre un hombre y una mujer. ¿Cuántos kilates vale ese amor personal? Lo que tenga de personal. Esto se puede expresar con la frase siguiente: el amor es aquello que le hace a un ser humano decir «yo no puedo existir más que donde estás tú». Pero si tú no tienes un yo, si tú eres una nada interior, si no eres persona, ¿Cómo te puedo amar? y viceversa, ¿Cómo me vas amar tú?

    Ama el que se da cuenta de que no puede existir más que donde existe el otro; no puede existir más que en el otro. Ese es el auténtico sentido del amor. Si ustedes profundizan en su interior se dan cuenta de que ese es el gran anhelo humano, quizá todavía más vivo en una mujer que en un varón. Yo no puedo existir más que donde existas tú; pero si tú no quieres ser un «yo», ¿Qué hago? Lo único que puedo hacer es ayudarte a construir un «yo», desvelar tu personalidad. Eso es amar.


[1]  POLO, Leonardo, «Hegel y el Post-Hegelianismo», Biblioteca de Ciencias Sociales, Universidad de Piura – Asociación de la Rábida, Piura, 1955.

Menú