Philosophica Valparaíso (Chile) 15 (1992): 255-63

Juan A. García González

En un notable ensayo Ricardo Yepes ha elogiado el nuevo realismo de la filosofía de Polo, muy atenta a separar lo que es propio del pensar y lo que es propio del ser real, que está fuera de la mente[1]. Este nuevo realismo lo caracteriza Ricardo Yepes por incorporar los logros de la filosofía moderna, pero superándola con una vuelta a los temas clásicos, mediante la que se logra una integración unitaria; porque la filosofía va más allá de una presunta separación entre pensamiento clásico y moderno. En particular se destaca la inspiración tomista de Polo, que da lugar a una concordancia temática, compatible con una discrepancia metódica, como el mismo Polo ha señalado. Esa inspiración tomista es la que le permite a Polo ajustar cuentas con los pensadores modernos, para precisar su aportación a la integridad de la filosofía, que es así filosofía perenne.

              Estoy conforme con que la filosofía poliana es realista, y con que se trata de un realismo integrador de pensamiento clásico y moderno; pero no estoy seguro de que un pensador realista admitiera de entrada la filosofía de Polo. Ni esa pretendida integración. En particular, la concordancia entre la filosofía poliana y el pensamiento tomista más parece una compatibilidad sobrevenida que una verdadera comunidad temática –el verdadero tema común es la creación-, y ello aunque resulte cierta coincidencia en los logros, y al margen de la admitida discrepancia metódica. Por eso, a los ojos de un realista clásico el pensamiento poliano puede parecer enteramente moderno, de corte idealista y dudosamente admisible.

              Voy a intentar exponer esta cuestión, anticipando desde luego que el balance que pretendo alcanzar se inclina definitivamente por admitir el realismo poliano, y en el sentido integrador en que lo ha expuesto Ricardo Yepes; pero estimo oportuno el examen de los contenidos, tanto para delimitar con precisión la metafísica poliana y su alcance, como para reducir los escrúpulos del realista más radical.

Polo y santo Tomás

              De entrada estimo que el enclave tomista de la metafísica de Polo pivota sobre aquella idea del aquinate expresada en la sentencia que reza esse rei et non veritas eius causat veritatem intellectus[2]Paralelamente, la concreta afirmación de Polo: que el ser sea inteligible es la eficiencia, la eficacia del ser[3]La metafísica de Polo es un intento de comprender cómo el ser, la existencia extramental de las cosas, funda la verdad de nuestro conocimiento, de nuestros pensamientos acerca de ellas. He aquí la ubicación tomista de la filosofía de Polo.

              Este asunto, para Tomás de Aquino, como para los clásicos, es algo obvio y admitido: ens et verum convertuntur, solían decir; pero no es para ellos tema de expresa consideración. Todo lo más, en el último de los lugares citados, Tomás de Aquino puntualiza: la verdad se convierte con el ente per consequentiam, como cierta consecuencia o secuela suya, y no como una simple equivalencia entre verdad y ser. Sin embargo, toda la metafísica de Polo se ciñe, esencialmente, a la averiguación de esa mencionada consecuencia –¡secuencia real!-, o de cómo el ser es fundamento de la verdad. Por ello mismo Polo sugiere el abandono del pensamiento –fórmula que se precisa como abandono del límite del pensamiento-: porque intenta acceder al ser como fundamento del conocimiento. A Polo no le interesa directamente ninguna verdad pensada acerca del ser, sino conocer el ser como fundamento de toda verdad, o de todo pensamiento verdadero acerca de él. Por el contrario, a Tomás de Aquino le interesa principalmente establecer la verdad sobre el ser y los entes, dando por supuesto que tal verdad está fundada en el propio ser.

              Espero que se aprecie la compatibilidad entre lo verdadero averiguado por la metafísica clásica, y su fundamentación procurada por la metafísica poliana; pero eso es compatibilidad, no concordancia temática. Por otro lado está, además, la admitida diferencia metódica, pues Polo sugiere abandonar el pensamiento en lugar de pensar. Con todo, aún podría hablarse de cierta coincidencia en los temas: por ejemplo, para Polo, como para la tradición medieval, el ser es creado; y también Polo habla de que la existencia es persistencia, la actividad primera de la realidad material, al igual que Tomás de Aquino propuso un acto, el actus essendi, como lo primero en la naturaleza de las cosas. En tales casos, sin embargo, la significación de esas similitudes no es la misma en Polo que en el pensamiento clásico. Luego nos referiremos a esta diferencia, pero de momento valga señalar que esas verdades logradas por la tradición son establecidas por Polo en un orden extramental, o en un ámbito existencial, más amplio que el plano ideal, mental, en que el pensamiento clásico las formuló. La filosofía de Polo, con su abandono del pensamiento, es una superación de la intencionalidad de nuestro conocimiento, que es el ámbito en que se mueve la metafísica clásica.

              Por tanto la metafísica de Polo es novedosa, aunque permitida por el pensamiento clásico. Justamente, lo clásico es fundar la verdad de nuestro pensamiento en el ser; pero el desarrollo de esta dependencia es una entera novedad para la metafísica clásica, que nunca intentó explicar esta fundamentación. Paralelamente, la metafísica poliana es moderna con todo rigor. Y ello, al menos, por un doble motivo.

Polo y la filosofía moderna

              En primer lugar lo moderno es el primado de la verdad, afirmado con independencia del ser. Como el mismo Polo ha interpretado, el pensamiento moderno debe vencer la crítica ockhamista a la metafísica y a todo conocimiento humano: el nominalismo. Eso se intenta sobrevalorando la verdad de nuestro pensamiento, que pasa a ser el centro de toda meditación: en un giro llamado copernicano, el cogito sustituye como principio primero al ser. El realismo tradicional se opone a ése, que termina siendo inmanentismo de la conciencia, y opta[4] por admitir directamente el primado del ser: id quod primo cadit sub intellectu est ens.

              Al respecto Polo afirma hasta la saciedad la constante antecedencia del pensamiento; en ella consiste, precisamente, la que Polo llama limitación del pensamiento humano: en tener una prioridad –lo ya pensado, lo dado ante la mente humana- distinta del ser; este es el balance que Polo extrajo en su libro sobre el pensamiento de Descartes. El comienzo poliano es, pues, del orden de la verdad, no del orden del ser. Sucede que Polo aspira a abandonar esa mencionada limitación para acceder a lo realmente primario, al ser. La postura poliana se mueve, pues, en esta pugna de prioridades: lo primero conocido es lo último en la realidad, y lo primero en la realidad es lo último en el conocimiento.

              Pero entonces tal postura es asimilable a un realismo crítico, porque el acceso al ser no es inicial sino terminal. Mas con una importante precisión: para acceder al ser hay que abandonar el pensar; ello no es crítico, pues no se critica el pensar –cuya verdad se admite-, dado además que toda crítica es a su vez pensada; pero al mismo tiempo es lo más crítico, porque se propone abandonar el mismo pensamiento por limitado.

              Mas esta postura poliana no es la del realismo clásico, que más bien sospecha que si se empieza en el pensamiento no se puede salir de él. Contra el realismo crítico Gilson[5] ha ironizado: de un gancho pintado en la pared no puede colgarse nada real. Pero a esta ironía debe responderse así: de un gancho pintado en la pared se infiere la existencia de la pared con inferencia del mismo rigor que la que se basa en un gancho real clavado a la pared; el gancho pintado implica la pared tanto como el real. Precisamente, aunque comencemos con el pensamiento, si nuestro pensamiento es verdadero está fundado en el ser, y lo implicará como fundamento de su verdad; por eso hay que abandonar aquél para conocer a éste en su carácter de tal.

              En segundo lugar, aunque la filosofía de Polo comience en el pensamiento, como toda la filosofía moderna, propone la trascendencia del ser sobre el pensamiento humano; por ello hay que abandonar a éste para conocer aquél. El ser, que Polo dice exterior al pensamiento, es, ante todo, el fundamento de la verdad pensada por el hombre; ya hemos dicho que en esto estriba la inspiración clásica de Polo; porque clásicamente en eso se ha distinguido la verdad humana de la verdad divina: en que la ciencia divina es causa de las cosas, mientras que las cosas son causa de la ciencia humana; dicho sea de paso, ésta es una de las razones por las que Eckhart concibe a Dios como pura inteligencia superior al ser: porque es su causa.

              Pero el tema de la fundamentación del pensamiento es enteramente moderno; luego aquí, aunque bajo una inspiración diferente –hemos dicho que clásica-, sí hay una comunidad temática. A ello obedece la densa discusión de Polo con Hegel, máximo exponente de la modernidad; pues Hegel pretendió un saber absoluto, es decir, que se funda a sí mismo, carente de supuestos (para la mirada poliana, el ser, según lo piensa Hegel, sería idéntico con la verdad, no su fundamento).

              Si el proyecto poliano de acceder al ser al margen del pensar se logra, cabrá presagiar que ha de concluir entendiendo la realidad desde la verdad, pues su punto de partida es el pensamiento –aunque se abandone-; y así ocurre en efecto. Como una sinopsis de su filosofía podríamos decir:

– la naturaleza material es para Polo la realidad fundamental, o el ser que es fundamento; pero fundamento… de la verdad;

– la persona humana es otro tipo de realidad, para Polo aquélla a la que corresponde existencialmente el carácter de además; o sea, además… de la verdad;

– y Dios es la realidad suprema, que Polo caracteriza como identidad originaria: quiere decirse, el ser que es idéntico… con su propia verdad; identidad que no puede establecerse –desde luego, ni fundándola, ni existiendo además de ella-, por lo que la identidad con la verdad es necesariamente originaria.

              Yo estoy plenamente conforme con la filosofía poliana y, aunque aquí haya sido sintetizada de un modo muy simple, se verá que es enteramente moderna por cuanto se centra en la verdad, aun contando con ese abandono del pensar. Un clásico, lo que tal vez no admitiera es esta determinación casi unilateral de la realidad: por oposición, o mejor, a diferencia de la verdad pensada. Pero el realismo poliano se reduce a ello, en la medida en que se basa en que el ser trasciende la limitación del pensamiento humano; el enfoque poliano de los trascendentales no es, desde luego, el clásico.

              Por eso interesa ahora atender a ese mencionado trascender; como lo más desarrollado del realismo poliano es la metafísica, intentaré mostrar la legitimidad de la postura poliana en ese campo; en la consideración del ser como fundamento trascendente de la verdad de nuestro pensamiento. Máxime porque tal consideración reporta una mejora de las averiguaciones clásicas acerca de la realidad, y especialmente de su carácter activo.

El realismo metafísico

              Legitimaré la metafísica poliana respondiendo a la objeción central que me cabe suponerle. A mi modo de ver huelgan las críticas subjetivistas, idealistas o psicologistas, que intentan fundar la verdad en sí misma o en los mecanismos subjetivos del conocimiento; y huelgan también las críticas del realismo ingenuo, que se aturde al considerar el haber algo –la presencia de objetos ante el hombre- como una característica del pensamiento humano, como su límite. Frente a ambas, la filosofía de Polo surge de la evidente distinción de pensar y ser, y su metafísica de la no menos manifiesta fundamentación de aquél en éste.

              La objeción del filósofo realista, la que veo más razonable, dice así: tal vez el ser funde nuestro pensamiento, pero no se reduce a ello; el ser es algo además de fundamento, o funda otras cosas, acciones o propiedades, y no sólo la verdad de nuestro pensamiento. Argumentativamente podría indicarse que la existencia material no puede ser algo al margen de fundar la verdad, porque lo sería de un modo falso e infundado. Con todo, para resolver esta objeción voy a proceder a otra simplificación, esta vez de la metafísica poliana. Las simplificaciones tienen el riesgo de malentenderse; pero, teniendo presente que de una simplificación se trata, ese riesgo se afronta por un legítimo interés clarificador y divulgador.

              La tesis poliana es que ser, existir fuera de la mente, es –para las cosas materiales- fundar la verdad. Eso quiere decir que entre lo anterior a nuestro pensamiento –lo que afirmamos puesto ahí fuera, extramentalmente- y lo posterior, que es precisamente su verdad (la cual puede ser poseída por nuestro pensamiento); entre lo anterior y lo posterior, digo, hay una secuencia real. Como dijo Tomás de Aquino, la verdad es consiguiente al ser: verum et ens, modo praedicto se habent, sicut prius et posterius[6]. Fecundando la opinión tomista, Polo dice que existir es la realidad de esa secuencia, la realidad de la secuencia de antes a después. Seguir realmente de antes a después es persistir; noción que, como se ve, no tiene un sentido temporal. La persistencia es lo primero para la criatura material.

              Más concretamente, lo que Polo afirma es que no otra cosa es estar puesto fuera de la mente, existir, que persistir en el sentido indicado: fundar la verdad. El acto de ser, de existir extramentalmente, es, para la naturaleza material, la actividad de causar la verdad. Muy sensato, porque ¿qué otra cosa cabría pedir al ser, antes que nada, que ser verdaderamente? Por cuanto el ser es causa de la verdad, existir es comenzar a ser verdaderamente; y por eso a la persistencia Polo la denomina el comienzo trascendental.

              El conocimiento metafísico del ser es, según Polo, axiomático; es decir, se resuelve en la conjunción de tres axiomas o principios primeros. Lo que dicen del ser estos tres axiomas es:

– El principio de no contradicción: o sea, que el ser como principio o fundamento no es idéntico, sino no contradictorio, a diferencia de lo que hemos mencionado que decía Hegel. Esto significa que el ser no es idéntico con la verdad –es sólo fundamento de ella-, pero no la contradice. La noción de contradicción, que se niega del ser, conduce al tiempo en el que lo verdadero se muestra; pero el ser es supratemporal.

– El principio de causalidad: o que el ser es causa, es decir, causa de la verdad.

– Y el principio de identidad, a saber: que el ser no contradictorio, en tanto que no es idéntico con la verdad, como sin embargo la causa, sólo puede hacerlo en referencia a la identidad entre verdad y ser, la cual sin embargo es originaria, no fundada ni lograda. Esa referencia nos muestra también que el ser es creado: el comenzar a ser verdaderamente depende de la identidad entre verdad y ser, y se refiere a ella.

              De estos tres axiomas, el segundo es el nuclear, pues se corresponde exactamente con la inspiración esencial del método poliano –abandonar el pensamiento para encontrar su fundamento-, y porque es el principio que enlaza los otros dos: el ligamen, como dice Polo, de los primeros principios.

La causalidad trascendental

              Lo que al realismo natural puede chocarle del planteamiento poliano es su interpretación trascendental de la causalidad, que, como hemos dicho, es el estricto logro del método que Polo nos ha propuesto. La causalidad trascendental del ser es precisamente su fundar la verdad. Lo que sorprende al realismo natural es que se llame causar a causar la verdad, pues solemos entender que unas cosas causan otras, o unos agentes y fines los movimientos, mientras que la correspondencia entre el ser y la verdad la solemos reducir a mera coincidencia sin ningún sentido activo. Pero, de esta manera, no superamos un sentido secundario de la causalidad; porque su sentido primario –el ser como causa de la verdad- no puede atisbarse si hay coincidencia entre verdad y ser; esa coincidencia no es más que la intencionalidad de nuestro pensamiento: según Polo, un límite que hay que abandonar.

              Podemos fijarnos en que para que un ser cause cualquier acción o movimiento, antes ha de ser, y ha de tratarse de un verdadero ser. Sin la verdad no hay entidad real ni causalidad alguna. Pero la existencia, la posición extramental de los entes, es la causa que nos permite hablar de un verdadero ser, el fundamento de la verdad, el que nos permite pensar con verdad que hay un ser o un causar. La existencia es, pues, la causa trascendental. Y entonces, el que un ente cause esta o la otra acción, cosa que conocemos intencionalmente con el pensamiento, tiene su justificación en la causalidad en sentido primario, porque requiere como condición previa la existencia.

              Si la filosofía tomista se ha interpretado desde Aristóteles como una proyección al ámbito trascendental del binomio potencia/acto con que el estagirita entendió el movimiento, para distinguir en la realidad la esencia y el acto de ser, la metafísica poliana consiste en acabar dicha proyección, llevando al ámbito trascendental todo lo que ese binomio comporta –el movimiento y la causalidad-, para así proporcionar un sentido real a la actividad de ser en cuanto distinta de la esencia de los entes. De acuerdo con ello se afirma que la realidad causa en tanto en cuanto está en acto, e incluso que la causa es el acto: estar en acto, para al realidad material, es causar. Y así, existir es concretamente la acción de causa la verdad. A ello obedece la poliana equiparación de existencia y movimiento: el que va de lo anterior en el tiempo a nuestro postrer conocimiento de ello; una acción no sólo tan real como cualquier otra, sino primaria respecto de las demás.

              Habrá que decir que la causalidad se ha entendido hasta ahora en un segundo orden. Se ha atendido sólo a causas segundas, o a acciones, como el calentar, el engendrar o el desplazar, que no son con propiedad el acto primero. Pero el acto primero es existir, y la causalidad a que tal actividad equivale, la causalidad trascendental, es el fundar la verdad. Toda otra causa o acción exige ésta, porque sólo un verdadero ser puede causar, o sólo causa lo que es verdaderamente: operari sequitur esse.

              Si comparamos la causalidad trascendental del ser con el actus essendi tomista, éste nos aparece como una noción general, y como vacía de contenido o con un contenido supuesto; mientras que el acto como persistencia se advierte con toda su virtualidad causal: el fundamento de la verdad. Por eso suelo decir que el realismo poliano es un realismo virtual. La emergencia que Fabro reclama para el acto de ser no puede quedar ignota, o reducida a una subjetiva aspiración por la intensidad: hay que encontrar cuál es la fuerza del ser, cuál su actividad primera; y repito la afirmación poliana: que el ser sea inteligible es la eficiencia, la eficacia del ser. Como hemos dicho, la actividad primera, el existir, es el ser verdaderamente, el fundar la verdad: la realidad de la secuencia antes mencionada.

La existencia y el conocimiento

              Aunque existir sea fundar la verdad, lo que el hombre conoce al pensar no es la existencia sino la esencia, porque sólo ésta puede ser poseída intencionalmente; con todo, también la esencia es extramental. Para averiguar la realidad extramental de la esencia, su ocurrir fuera del conocimiento, es preciso considerar la fundamentación a la inversa, proceder a su consideración pasiva: la existencia es activa, mientras que la esencia es pasiva, porque conocer es algo que hace el hombre, no el ser. La consideración pasiva del fundamento es un análisis de su actividad en el que se descubren los sentidos predicamentales de la causalidad, cuya síntesis es lo que Polo entiende por esencia física.

              La esencia, en tanto que realmente ocurre y por material, se circunscribe a la anterioridad: lo anterior al pensar; anterioridad que impide la consumación de la secuencia, por lo que afirmamos su inidentidad con la verdad; pues el término final, la verdad, nunca se consigue absolutamente: lo conocido muestra más bien la eficacia del ser, su valor efectivo –formalmente determinado-, pero no agota la existencia del ente, que es su persistencia de antes a después. Toda la analítica causal, las causas de la verdad del conocimiento, integra la esencia de lo existente, pero no el existir, que es realmente distinto de ella. Como hemos dicho, la esencia es la pasiva del existir; si existir es fundar la verdad, lo que existe es la esencia –la verdad conocida-, pero no en cuanto que conocida, sino en cuanto ocurriendo realmente.

              Bien mirado, el conocimiento humano da cumplida cuenta del ser fundamental. Al conocer algo, la existencia de lo material muestra su efectividad. Que lo pensado, y en cuanto pensado, carezca de existencia real no es, entonces, un déficit propiamente dicho; ya que el logro del conocimiento, por cuanto posee inmanentemente el fin de lo existente (que es la verdad), hace efectiva su existencia, la cual en cierto modo sobra ya. No en términos absolutos, desde luego, porque mi conocimiento ni es pleno o definitivo ni el único; pero en algún sentido el conocer humano posee el fin de la naturaleza material. Cabe decir que el universo está para que el hombre lo conozca; y para evitar interpretaciones subjetivistas, eso puede expresarse diciendo que el universo material estaría incompleto sin el hombre, pues le faltaría la actualización de su verdad.

              Llega ya el momento de proceder al balance. En mi opinión las precedentes reflexiones son admisibles por un filósofo realista. Pero hay que notar la diferencia de actitud y de logros entre el realismo al uso y el realismo poliano. Por ejemplo:

– la diferencia entre optar –sin saber por qué- por el ser frente a la conciencia, y encontrar el ser abandonando el pensar al notar su limitación;

– la diferencia entre proponer un acto primero ignorando cuál es, y advertir la persistencia como actividad primera;

– la diferencia entre decir que lo primero conocido es el ente –se conoce inicialmente la entidad-, y decir que lo primero conocido es ente, y por eso resta por conocer su entidad;

– o la diferencia entre enunciar, y con verdad, que el ente es creado, y conocer que su carácter creado estriba en comenzar a ser verdaderamente.

              Además de todo ello –puesto a título de ejemplo-, aquí sólo hemos tratado de la metafísica poliana. Pero, con respecto a la filosofía clásica, lo más destacado del abandono del pensamiento es la ampliación del ámbito trascendental: el descubrimiento de que lo existente trasciende el pensamiento humano de distintos modos. En consecuencia, la división del saber primero en metafísica y antropología trascendental, sin otro denominador común que el surgir de abandonar el límite que tiene nuestro pensamiento por humano; tampoco esto es fácilmente admisible para el realismo clásico, proclive a establecer analogías. Pero tendremos que tratarlo en otra ocasión.

              Valga indicar solamente que si la existencia extramental es desconocida, se postula para ella la genérica denominación de acto de ser, y así no puede diferenciarse la existencia de lo material y la existencia personal o la divina. El abandono del pensamiento permite conocer la existencia que lo trasciende, y así diferenciar los trascendentales con mayor nitidez y alcance que lo hace la metafísica clásica.

[1]           YEPES, R.: El realismo filosófico de Leonardo Polo, p. 119
[2]           Summa theologiae I, 16, 1 ad 3. Lugares paralelos: In V Metap. nº 896; In I Sent. 19, 5, 1; 33, 1, 1 ad 1; De veritate 10, 12 ad 3; 1, 2 ad 1.
[3]           La inteligencia y el conocimiento de Dios CTF 4, p. 21.
[4]           Cfr. CARDONA, C.: Metafísica de la opción intelectual. Rialp, Madrid 1973.
[5]           Cfr. El realismo metódico. Rialp, Madrid 1952.
[6]           De veritate 1, 1 sc 4.

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